El Taller 666 fue un espacio que funcionó entre mediados de los años 70 y principios de los 80. Se planteó como un lugar de resistencias desde la cultura ante la negación de la dictadura a todas las expresiones impulsadas desde el periodo de la Unidad Popular. Fueron años en que se persiguieron artistas y personas trabajadoras culturales, cerrándoles las posibilidades laborales y reprimiéndolas. Este lugar, que funcionó en la calle Siglo XX (actual Ernesto Pinto Lagarrigue) del Barrio Bellavista y luego en la calle Unión Latinoamericana, en Estación Central, fue una escuela de diferentes disciplinas artísticas. Ahí se enseñó danza, teatro, música (docta y folclórica) y trabajo gráfico, con clases impartidas por maestros y maestras que le imprimieron un rigor propio de la academia –muchos docentes habían sido exonerados de las universidades por la dictadura–, pero que al mismo tiempo tenían la misión de hacer que las artes fueran populares, es decir, del pueblo. En esta idea, es que el Taller 666 se fue constituyendo como un territorio de encuentro, en épocas en las que el encuentro estaba restringido. Ahí podían presenciarse obras de teatro, conciertos, participar de tertulias, proyecciones de cine, entre otras actividades. Pero su impulso fue más allá de su espacio físico. Se propuso sacar el arte de los sitios tradicionales y llevarlos hacia donde se requería: a las calles, las poblaciones, los sindicatos y las zonas apartadas de la capital. Durante su breve pero contundente existencia, el Taller 666 contribuyó, desde su trinchera artística, a reconfigurar el tejido social y político a través de la cultura, cuestión que ayudó a dar un impulso inicial a los movimientos sociales de masas que protagonizarían toda la década de los 80 en la lucha contra la dictadura.